MORIHEI UESHIBA

“El verdadero guerrero es invencible porque no lucha con nadie. Vencer significa derrotar la idea de disputa que albergamos en nuestra mente.”

Orígenes y formación: Morihei Ueshiba nació el 14 de diciembre de 1883 en Tanabe (Wakayama), en circunstancias de salud delicada y prematura. Desde niño fue introducido tanto en la espiritualidad—estudiando los clasicismos del confucianismo y las escrituras budistas en un templo—como en la disciplina física, incentivado por su padre a practicar sumo y natación para contrarrestar su debilidad física.

Camino en las artes marciales: Inició su carrera en el ejército, formó parte de una escuela de sable y se entrenó en técnicas tradicionales, como las de la escuela Yagyu shingan-ryu y el Daito-ryu ju-jutsu, en las que el encuentro con Sokaku Takeda en 1915 lo marcó significativamente. Sin embargo, su sed de conocimiento lo llevó a profundizar en aspectos más espirituales y filosóficos del Budo, lo que lo impulsó a romper con las formas tradicionales y a desarrollar un método propio que integrara mente, cuerpo y espíritu.

Influencia espiritual y fundación del Aikido: La experiencia con el maestro Omoto-Kyo, Onisaburo Deguchi, y su compromiso con la práctica del Chinkon Kishin, abrieron la puerta a un enfoque profundamente espiritual en la práctica marcial. Esta transformación se consolidó en la creación del Aiki-bujutsu en 1923, que más tarde se conocería públicamente como Aikido. Durante sus viajes, como el de Manchuria en 1924, Ueshiba vivió revelaciones que lo llevaron a comprender el “ki” (energía vital) y a definir el Budo como un camino orientado a la paz, la protección y el crecimiento de todos los seres.

Legado y reconocimiento: Con el tiempo, su enseñanza se institucionalizó: en 1941, el aiki-budo se integró al Butokukai, y posteriormente, a través de su hijo, Kisshomaru Ueshiba, el Aikido se expandió tanto en Japón como internacionalmente. Morihei Ueshiba continuó ejerciendo y enseñando, dedicándose a cultivar el ideal de Takemusu Aiki y, tras la finalización de la guerra, su legado se consolidó y fue reconocido con distinciones como la Orden del Tesoro Sagrado, antes de fallecer en 1969. Sus últimas palabras enfatizaron que el Aikido no era una creación personal, sino la encarnación de una sabiduría divina destinada a preservar la paz en el mundo.

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